Los colonizadores antioqueños fundaron Manizales en 1849, construyendo con bahareque y guadua las primeras casas.
Entre arrieros, campesinos e indígenas nació una cultura cafetera que aún late en las montañas.
El eco de sus pasos y el aroma del café siguen siendo la raíz viva de la ciudad que surgió entre la niebla.
Los incendios de 1925 y 1926 destruyeron gran parte del centro y la Catedral, dejando heridas profundas en la memoria de la ciudad.
El fuego arrasó templos y hogares, pero no logró apagar la fe ni la esperanza de su gente.
De las cenizas emergió un pueblo fuerte, capaz de volver a levantarse con determinación y unidad.
La ciudad enfrentó rayos, ruinas y pérdidas que pusieron a prueba su espíritu.
El viento arrastró el polvo del pasado, pero también abrió espacio para imaginar nuevas formas de reconstruir y proteger la vida urbana.
De la adversidad nacieron nuevos cimientos, símbolos de fortaleza y renovación.
De la tragedia surgió la fuerza creadora: se levantó una nueva Catedral y nació el Cuerpo Oficial de Bomberos de Manizales, guardianes del agua y del fuego.
Por un siglo han sido sinónimo de entrega, solidaridad y heroísmo.
Su historia es la llama que protege la vida y la memoria de toda una ciudad.
Hoy, Manizales es una ciudad universitaria, creativa y sostenible, reconocida como la mejor ciudad de Latinoamérica con el Premio ONU-Hábitat LATAM.
Sus calles respiran cultura, civismo y naturaleza.
Una ciudad que honra sus raíces, celebra su presente y abre sus puertas al futuro con orgullo y esperanza.